domingo, 14 de marzo de 2010

Ganadores del concurso literario


Junto a nuestro talentoso padrino cultural Coqui posan los ganadores del Concurso Literario Lucas y Amado.

Brenda, que no pudo asistir, nos envió un mensaje de saludo que publicamos en otra entrada.

viernes, 12 de marzo de 2010

Juan Antonio Sin Miedo

Segundo Premio Concurso Literario
"150 años de Colonia Lavalleja"

Titulo: Juan Antonio Sin Miedo
Nombre: Lucas Malaquina
Seudónimo: Sin Miedo




Las pizzas de Garrasino

Premio Mención Especial
Titulo: Las pizzas de Garrasino
Autor: Arq. Juan Carlos Ferreira
Seudónimo: Caballito de Mar


LAS PIZZAS DE GARRASINO


     Mis primeros recuerdos de Colonia Lavalleja son como esas fotos viejas que han quedado al sol y perdieron nitidez, salvo unos pocos detalles. Las imágenes son túnicas blancas, el monumento a un prócer –que no era Artigas– y un señor importante diciendo un discurso; era, según nuestra maestra, consejero nacional de gobierno. Me llamó la atención que, a diferencia de los otros hombres que estaban de traje, él usara una corbata de moño y que después, además, se pusiera una boina en vez de un  sombrero. También recuerdo a un cura, la persona más alta de todas las que estaban en el acto. Cantamos el Himno Nacional con mucha atención, como siempre nos pedía la maestra, pero al igual que en los actos de la escuela me emocioné más con la Marcha Mi Bandera. Con el tiempo, aunque las imágenes siguieron borrosas, reconocí el acontecimiento con mayor precisión, la fecha y los nombres…y las personas.

     La segunda vez que estuve fue en 1967, más precisamente en diciembre. Como premio por haber terminado los cursos con buenas notas Mamá nos permitió acompañar a Papá en lo que él llamaba una gira por el interior del departamento, ya que era viajante de comercio pero él decía, con orgullo, sólo viajante. Yo estaba en el liceo y mi hermano en la escuela. La noche anterior lo ayudamos a cargar en la vieja Ford los paquetes con mercadería que había preparado durante la tarde. Envolvía las cosas (camisas, bombachas, sombreros, botas) con papel de embalar azul o verde y los ataba con piola sisal, pegando con engrudo un papel en el que estaba escrito el nombre del comercio y la localidad. Salimos de madrugada, medio dormidos, y nos despertamos con el sol ya alto. Papá nos hizo tomar café con leche de un termo y comimos bizcochuelo hecho por la Abuela. Pasado el mediodía paramos junto a un arroyo, a la sombra de un ombú y almorzamos milanesas preparadas por Mamá, queso y dulce de membrillo; habíamos comprado el pan en el camino y así conocimos la galleta de campaña; Papá nos explicó por qué era tan dura; la comimos ávidamente durante todo la gira.

     En cada comercio o boliche (él los llamaba indistintamente de una forma u otra) mi hermano se bajaba presuroso a observar los árboles y arbustos, sin alejarse mucho de la camioneta y volvía con hojas y frutos que guardaba en una caja de zapatos. A mí me gustaba más escuchar la conversación de Papá con los comerciantes; eran frecuentes diálogos como este:

¿Y cómo anda de ponchos?
Me vendrían bien unos diez, quince…
Le encargo dos docenas ¿le parece? ¿Cómo anduvieron las capas para la lluvia?
Salieron buenas, muy buenas. Convendría que me prepara unas diez más.
Le traigo una docena, mire que están en precio. Las hacemos  con un sobrino.

     Esa primera noche nos quedamos en una fonda. Papá comió gallina con arroz, que era su plato preferido y nosotros pedimos churrascos con papas fritas y de postre, dulce de leche. Cuando nos fuimos a acostar mi hermano amagó llorar porque extrañaba a Mamá y a la Abuela. Entonces Papá nos hizo varios cuentos sobre “Cipriano y su caballo”. En esas historias el segundo siempre salvaba al primero, de una persecución o de un río crecido, por lo que finalizaban siempre con la frase ¡El caballo de Cipriano! Nos dormimos profundamente en las camas turcas de la única pieza de huéspedes. Después Papá nos contó que volvió al comedor a jugar un gofo y unas congas  y que lo habían pelado pero ya se desquitaría (con el tiempo noté que cuando mencionaba en casa esos juegos evitaba mencionar el gofo, porque a mamá no le gustaba).

     Al otro día recorrimos los últimos comercios y ya entrada la tarde nos dijo:

Bueno, ahora vamos a pasar por lo de Garrasino.

Entramos al comercio donde un hombre delgado, de bigotes y calvicie incipiente, envolvía para un cliente, detrás del mostrador, fideos, charque, fariña, grasa y velas.

Buenas buenas…¿Cómo andás, blanco cuchillero?¿Siempre como hueso de bagual?
¡Turco!...  Te estábamos extrañando, mal pelo.  Casi no pasan colorados por acá…
Cayó piedra sin llover –dijo un parroquiano, un hombre con aspecto de indio que tomaba un vino.
¡Cacique! ¿Qué hacés? ¿Siempre perdiendo al truco?
Ya nos va tocar ganar…tiempo al tiempo –y levantó su vaso con cortesía.
Flaco, Cacique, estos son mis hijos, los traje de secretarios.

Saludamos y el comerciante nos miró con simpatía. Papá bajó tres paquetes de mercadería y unos diarios de Montevideo de días atrás, con varios artículos sobre la muerte del Presidente y fotos, algunas en color. El Cacique se acercó con curiosidad a leer.

No era de mi partido, Turco, pero debo  reconocer… fue un hombre honesto, con voluntad de servir al país. Austero. Sí señor. Como tiene que ser un presidente ¿no? ¿Y  este nuevo, el que era vice?
¡A mí no me gusta!  –contestó Papá– no es batllista.
¿Vos que opinás, Cacique?
A mí tampoco. Además…yo soy de este lado –y palmeó su brazo izquierdo.

La conversación fluyó como el agua mansa de los arroyos junto a los que parábamos. En esos días la señora de Garrasino no estaba en el pueblo, por lo que Papá le hizo bromas respecto a su momentánea soltería y las gurisas lindas de Colonia Lavalleja. Después pasaron a una especie de escritorio a arreglar cuentas y nuevos encargos. Mi hermano salió a reconocer arbustos y yo quedé escuchando al cacique que me enseñaba palabras indígenas. Cuando terminaron de hacer los números Papá dejó su viejo portafolios sobre el mostrador y dijo:

Vengan, vamos a sacar una foto. Y después– Flaco, vamos a comer una de tus pizzas. Traenos dos coca-colas y una cerveza bien fría…

Cuando llegó la pizza a Papá le brillaron los ojos pero nosotros nos miramos como diciendo ¿Qué es esto? Nunca habíamos visto una pizza tan gorda y además con tanta cebolla y tomate… y aceite. Las pizzas que comíamos en los cumpleaños eran más finas y tenían mucho menos salsa. Papá cortó las porciones; dejamos de hablar y hasta tomamos menos coca-cola de lo que esperábamos porque… era la pizza más rica del mundo. Papá preguntó ¿Nos comemos otra?, a lo que asentimos rápidamente. Cuando nos íbamos saludamos a Garrasino y atiné a decir Muchas gracias y él me miró como preguntando ¿Por qué? Mientras volvíamos por el camino polvoriento, miramos las estrellas, muchas más y más brillantes que cuando observábamos el cielo en Salto. Nunca estuvimos tan cerca de ellas.

     Durante los meses siguientes cada vez que Papá fue de gira por Colonia Lavalleja nos trajo dos pizzas. Mamá nunca las probó y siempre pensamos que era porque no le gustaban. Mucho después adiviné que le encantaban, pero lo hacía para dejarnos todo a nosotros.

     Un día Papá recibió carta de Montevideo y se reunieron enseguida; una empresa importante le ofrecía la distribución de telas nacionales e importadas en Canelones y San José y condiciones económicas excelentes. Nos preguntaron qué nos parecía si terminábamos el año en Salto (era octubre) y después nos mudábamos a Montevideo. Quedamos entusiasmados porque eso era sinónimo de playa Pocitos, Parque Rodó y Estadio Centenario. Además teníamos primos que sólo habíamos visto en alguna Navidad. Sólo lamentamos dejar los compañeros de la escuela y el liceo y no ver más a Saladero. Al año siguiente nos mudamos a una casa cercana a Bulevar Artigas, en una cuadra de frondosos plátanos que me recordó a la calle Treinta y Tres de Salto, cuando las copas de los árboles formaban una bóveda.

     En los años siguientes comencé a trabajar en una firma de artículos para el hogar y mi hermano hizo el liceo para luego entrar a Facultad de Agronomía. Me casé con una compañera de trabajo y en pocos años tuvimos nuestras dos hijas. En la década del noventa llegué a una de las gerencias de la empresa y se recibió un agrónomo en la familia, que entró a trabajar en un programa de protección de áreas naturales.

     En agosto del 2001 me llamó un primo de Salto: se había instalado por su cuenta en el ramo de electrodomésticos (los viejos artículos para el hogar) y quería mi opinión sobre la distribución en el interior. Acordamos que yo viajaría en setiembre, solicitando tres días de licencia. Cuando le comenté del tema a Papá me pidió que si pasaba por Colonia Lavalleja no dejara de saludar a Garrasino.

     Planificamos con mi primo recorrer siete localidades: primero Constitución y Belén, después Palomas, Saucedo y Colonia Lavalleja y finalmente Biassini, Rincón de Valentín e Itapebí. Salimos un lunes bien temprano en su confortable camioneta japonesa doble cabina, con aire acondicionado. Llevamos una conservadora con hielo, sándwiches, helados y latas de refrescos; atrás, en la caja, la mercadería para entregar: un freezer,  tres heladeras, dos equipos de audio, dos televisores y varios ventiladores. El día transcurrió normalmente y dormimos en Belén. Al día siguiente estábamos a media mañana en un comercio cuando un canal brasileño, que se sintonizaba gracias a la antena parabólica, interrumpió su programación para mostrar imágenes de las Torres Gemelas y su infierno de humo y fuego. Nadie se movió de su lugar. Estupefactos, observamos la tragedia hasta que no tuvimos más remedio que seguir y en el trayecto fuimos escuchando más detalles. Cuando entregamos la mercadería en el último comercio de Colonia Lavalleja, mi primo quedó viendo los noticieros y pasé a saludar a Garrasino.

     El sol casi se ocultaba cuando estacioné frente al viejo local, donde la gente seguía hablando del ataque; un hombre sintonizaba una potente –aunque pequeña– radio portátil y otro recibía más noticias a través de su celular. Garrasino, detrás del mostrador, escuchaba y servía cerveza. Estaba casi igual, era el hombre delgado que habíamos conocido, sólo que con menos cabello, ya blanco como su bigote. Me acerqué y extendí la mano.

Buenas noches, Garrasino. Soy el hijo del Turco. Me pidió que pasara a saludarlo.

Apretó mi mano y leí en sus ojos una pregunta.

Papá está bien, igual que Mamá. Viven conmigo.

Limpió lentamente unas gotas de agua del mostrador con un repasador.

El Turco…

Me señaló un viejo almanaque amarillento, clavado con una chinche al costado de una estantería de madera. El color negro de las letras se había transformado en gris o sencillamente se había ido, pero aún se leía:

SALOMÓN ………  …….SENTACIONES
DISTRIBUIDOR FAMOSOS ……. CACHITO

Junto al almanaque, desde una foto en sepia con los bordes dentados, también clavada con chinches, sonreíamos con mi hermano, delante de Papá, Garrasino, el Cacique… y la vieja Ford. Vio por la ventana la moderna camioneta, brillante a la luz de un farol cercano, ella misma con potentes faros de largo alcance.

Qué bueno es el progreso… ojalá no se detenga nunca. Es la mitad de la vida… exactamente la mitad.

     Quedamos en silencio.

Con permiso –me dijo y fue hacia la trastienda. Volvió con tres paquetes redondos, uno más grande que los otros, forrados con papel y atados con piolín. El papel iba absorbiendo lentamente el aceite del contenido y se formaban pequeñas manchas: en uno Las Tres Marías, en los otros La Cruz del Sur y Los Siete Cabritos. Me entregó los paquetes; en su mirada estaban intactos los recuerdos y la esperanza de jugar un truco, tomar unas grappas con limón, hablar de política.

Las  más chicas son  para  tu hermano y vos.



Descanso

Ganador del Primer Premio del Concurso Literario "150 años de Colonia Lavalleja"

Titulo: Descanso
Autor: Amado Dubarry Bernhard
Seudónimo : "Rodríguez"




jueves, 11 de marzo de 2010

El último Fogón

Concurso Literario
"150 años de Colonia Lavalleja"
Tercer Puesto

Titulo:  "El Ultimo Fogón"
Autora: Brenda Alzamendi
Seudónimo: Ondina





Mensaje de Brenda Alzamendi desde Montevideo

Con gran emoción me enteré que he tenido el honor de recibir el 3er. Premio del concurso, “150 años de su querida Colonia Lavalleja“


La brevedad de tiempo entre el comunicado y lo lejano de mi lugar de origen, me hacen imposible estar con Uds. en este aniversario tan importante.


Pero no puedo dejar de enviarles mi agradecimiento por esta distinción, con todo mi corazón.


Aún sin conocer siquiera el lugar, me parece que ya lo conozco porque nuestras identidades, nuestro pasado, parten de una misma raíz, la de nuestros abuelos, la del amor al terruño que tanto nos identifica.


Creo que el querer de parte de Uds. rearmar su historia es algo de lo cual deben sentirse muy orgullosos.


Me gustaría que si los cuentos se leen, alguien leyera el mío, porque lo escribí, especialmente para los que ya no están, para aquellos que les dejaron las huellas del último fogón, que Uds. pueden encender aún, en sus corazones.



Gracias a todos y felices 150 años.





Brenda Alzamendi.